lunes, 28 de diciembre de 2009

Lo que sé de los vampiros


Francisco Casavella ha muerto joven, así que ya puede El Circo Crítico hablar bien de él. Lo cierto es que era uno de los mejores novelistas jóvenes, sino el mejor, como Eloy Tizón (La velocidad de los jardines) es uno de los mejores cuentistas, sino el mejor. Y muerto como está ya se notan los efectos: reediciones de la mayoría de sus novelas, incluida esta, Lo que sé de los vampiros, y edición canónica aunque aún no crítica de su mejor y más conocida obra: El día del Watusi, y de un recopilatorio un tanto oportunista un tanto interesante de su obra de no ficción, como dicen los anglos, que reune desde ensayos y prólogos fantásticos hasta articulitos sin más interés que el coyuntural, Elevación, elegancia y entusiasmo: artículos y ensayos (1984-2008).

Francisco Casavella (1963-2008, echen la cuenta: qué pena). Hoy hablo, aquí y ahora de su única novela histórica, un registro extraño para alguien que fue etiquetado como el nuevo Marsé a raiz de la aparición de El día del Watusi, por su manejo de los turbios ambientes marginales de la Barcelona de ahora mismo. En su día hice una broma de la que no me arrepiento (era ocurrente), pero que no suscribo ya: que hubiera sido mejor intercambiar los títulos de sus dos novelas más famosas: ‘Lo que sé de los watusis’, y 'El día del vampiro'. En fin, no somos nadie y esta brevedad se me está yendo en tonterías.

Lo que sé de los vampiros, novela histórica, sorprendente, premio Nadal en el 2008 (premio que aún conserva prestigio, a la inversa que otros mejor dotados económicamente, pero más que dotados, ‘dados’ de antemano). Erudición que no lo parece para recrear escenarios de la Europa pre y revolución francesa con expulsión de los jesuitas de España incluida; el lenguaje de Casavella, tan peculiar, atascándose-disparándose, y una bien conseguida verosimilitud. Por fin una novela histórica que es más novela que histórica; es decir, una buena novela. (Y para Historia, que no historias, mejor leer libros de historia).

martes, 22 de diciembre de 2009

J.G. Ballard: El tiempo desolado



No sé si fue el recientemente fallecido novelista Francisco Casavella o Juan Malherido (‘nick’ o pseudónimo de otro novelista) en su blog (ver enlace abajo) o ambos, unos tras otro, uno citando al otro, puesto que son sendos y estimables narradores y saben de lo que hablan por experiencia y no sólo, como yo, de lector. ¿Que qué decían? Que las ideas matan las novelas, amortajan la narrativa, la lastran. Creo que tienen razón, en general, pero el problema es que no hay regla sin la consabida excepción, y en este caso son casi numerosas, como Jonathan Swift, o como J.G. Ballard. En todo caso, las ideas lo que tienen es que notarse poco, ser discretas con el argumento, porque además así se introducen mejor y hasta parece que se le ocurren a uno, siendo ‘uno’ el lector.

Un excelente trabajo sobre este prodigioso narrador, lleno por tanto de ideas y encasillado en la Ciencia Ficción porque en algún sitio hay que ponerle, es el del especialista ítalo argentino Pablo Capanna: ‘J.G.Ballard: el tiempo desolado’. Por supuesto ‘ballardiano’ ya está en los diccionarios, al menos en los anglosajones, y el concepto que recoge, está asumido en este tiempo que, miren por donde, es cada vez más ‘ballardiano’.

De Ballard se ha dicho que era un lúcido extremo, apocalíptico, surrealista (era un excelente teórico de este movimiento artístico), pesimista, nihilista, catastrofista, metafísico, iconoclasta y hasta terrorista y psicópata humanitario y otras lindezas poco ajustadas a un artista que se reinventaba con cada nueva novela o cuento. Pablo Capanna confirma o matiza cada una de estas etiquetas del inclasificable autor. La primera versión de este ensayo apareció en 1990, con el novelista inglés aún vivo; ahora lo actualiza.

Ballard fue el profeta suburbano (en el sentido anglosajón, no en el hispano, del término) y una gran narrador de ideas.

Juan Malherido me confirma que no, que él no ha dicho nunca tal cosa ni la comparte y me orienta, y tiene sentido, a Marsé como autor de la frase contra las ideas en la novela.

domingo, 20 de diciembre de 2009

El dictador, los demonios y otras crónicas


Jon Lee Anderson. Al principio le confundí con su colega de ‘Despachos de guerra’ (Michael Herr), editado aquí por la misma editorial, pero aunque corresponsal de guerra también, Anderson, que habla español con soltura y conoce bien lo que los anglosajones llaman mundo latino, es muy bueno en la crónica contidiana, esa suerte de 'minimalismo' reportero de las pequeñas vidas. Aún así, un periodista estadounidense cuyas crónicas recomienda y hasta prologa Juan Villoro tiene que ser bueno. Alguien que publica sus reportajes nada menos que en el The New Yorker no puede ser malo. Un tipo cuyo estilo es tan depurado que ni se nota, pero lo tiene y que nos habla de personajes españoles y latinoamericanos que sus compatriotas no saben que existen (salvo los ilustrados que leen el N:Yorker). Alguien que comparan con Orwell y, como era inevitablemente fácil, con el John Reed que relató desde la primera fila la Revolución Soviética ('Diez días que estremecieron al mundo'), que parece él mismo sacado de una novela de Graham Greene (Una suerte de 'Americano imposible' en vez de 'impasible'). Que te cuenta como admiraba Pinochet a Mao (tampoco es tan raro si os paráis a pensarlo: ambos fueron implacables con sus rivales políticos a los que consideraban enemigos a eliminar), que te suelta una semblanza de Hugo Chávez que no es una caricatura de alguien que se esfuerza por parecerlo, de un decrépito Fidel Castro sin estatuas en la isla como sería previsible en un dictador de tan largo recorrido y culto a la personalidad, y de un García Márquez con la mecha en la mano del polvorín colombiano…Alguien así es más que bueno. Es insólito, insólitamente bueno.

Si hubiera más periodistas como él, tiraría la mitad de mi biblioteca para hacer sitio y guardar los periódicos.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Un hombre muerto en Deptford


Hace poco más de un mes publique en mi otro blog una entrada (post) dedicada a Christopher Marlowe, el "otro" dramaturgo isabelino:
http://www.lansky-al-habla.com/2009/11/el-otro-shakespeare-y-dos.html
Entonces aún no había leído-ni conocía la existencia- de la que sería la última novela publicada por el gran Anthony Burgess (el original inglés es del año de su muerte: 1993). Como se sabe, se puede morir artísticamente de éxito y a Burgess (1917-1993) le mató prematuramente ‘La naranja mecánica’, como a Conan Doyle, Sherlock Holmes, y tantos otros casos. Su mejor novela para mi gusto ‘Poderes terrenales’, con un viejo y magnífico protagonista trasunto del propio autor y compositor además de narrador como él, no alcanzó nunca la fama de ‘La naranja’, quizá o seguro que por el éxito de la película de Stanley Kubrick. Un hombre muerto en Deptford narra la controvertida muerte del isabelino más famoso después de su rival Shakespeare. Un Marlowe fascinante del que cinco siglos después no se sabe si murió por una disputa por el pago de la cuenta en una taberna o por su condición, entre muchas otras cosas, de espía.

El Boston Globe calificó esta excelente novela como “un John Le Carré isabelino”. Le Carré es bueno, no un simple escritor de best sellers, pero la imaginativa y certera prosa de Burgess no necesita comparaciones ni casi las acepta.

martes, 15 de diciembre de 2009

Mi siglo: confesiones de un intelectual europeo


Ahora que está tan de lamentable moda buscar esencias, como Sarkozy (ese hijo de húngaro que quiere pasar por más parisino que la Edith Piaf, cuando la esencia de Francia es, precisamente, como comprobó su padre, ser tierra de acogida) con la francesa, y no es la de Dior, debo decir que para mí la Europa “esencia-l” no es esta del sur, junto al mediterráneo, sino la ‘Mitteleuropa’, preferiblemente la antigua del Este, donde como en una reserva de indios, pervivió mejor que aquí esa Europa de las catedrales, la música clásica y cierta literatura que es para mí el epítome, ya digo, del viejo y convulso, amado pese a todo, continente.

Pues bien, la esencia de esa esencia, esto es: la quintaesencia, es para mi este libro del poeta Aleksander Wat, una delicia larga y exquisita en colaboración con su gran compatriota el Nobel Czeslaw Milosz. Unas largas conversaciones y confesiones que como señala la contraportada son a la vez las de un intelectual europeo y a la par la historia de una época; o de varias: la comunista de una Polonia satélite de la Unión Soviética, la del exilio en París…Mi siglo se editó en Londres en 1977, diez años después de morir Wat, circuló clandestinamente por su país natal y ahora la disfrutamos nosotros en una edición cuidada, como es gala en esta editorial, y una buena traducción. Es desde luego una autobiografía espiritual, pero no sólo de Wat, ya digo, sino del núcleo de toda una cultura, la europea.

Me ha costado una pasta, pero vale más.

sábado, 12 de diciembre de 2009

El título de este blog


Explicación levemente ‘a posteriori’ de un título de blog

Un pecio es un fragmento, una pieza rota del naufragio de un barco. Si lo que se hace por Internet es navegar (yo hubiera preferido deambular, porque el sentido de la orientación no es en este caso tan necesario), tropezarse con un pecio como el mío es encontrase con un pedazo incompleto de algo que puede o no tener valor, depende tanto o más del que lo encuentre que de lo que se encuentre.

Además, mi admirado (como escritor, no como persona) Sánchez Ferlosio denomina ‘pecios’ a sus fragmentos ensayísticos breves, lo que otros llamarían aforismos, pero que son en el magistral escritor más bien apuntes variados, reflexiones breves sobre hechos de la actualidad. Yo lo usaré más bien para hablar muy brevemente de libros, normalmente que me han gustado, a veces que no, pero no usaré esta suerte de crítica informal para lucirme vicariamente yo, que es lo usual, sino para lucir o deslucir al libro.

Por supuesto son pecios sin precio, porque lo que hago no lo tiene… ni quizá valor. ¿A qué es un encanto esta lengua nuestra tan prodigiosamente ambigua?

viernes, 11 de diciembre de 2009

Nueva gramática de la lengua española


La Real Academia ha conseguido tras once años de trabajo, un pastón y varios siglos de retraso, editar su Gramática de la lengua (española, por supuesto).Parece ser que ‘aún’ es sin hache, pero casi siempre con tilde. Vamos bien. Mi corrector de textos no sabe ni contesta. ¿Nebrija murió en la ruina? De la Concha (anda que no se deben reír de nuestro secretario semiperpetuo por allá en las Américas) parece que no. El Rey, que recibió los dos librotes por la jeta (con jota) de manos de los académicos afirmó:

“Me hemociona musho y me henorguyece que hestemos togos juntos (con jota) aciendo un hesfuerso por nuestra lengüa”